28/II/2018

Desperté gritando. Hace media hora La Pesadilla estuvo conmigo. Son las dos y cuarenta de la mañana del jueves veintiocho de febrero. Digo La Pesadilla por darle un nombre: otros nombres posibles: El Horror, El Espanto, La Bruja, El Siniestro. No importa cuanto intente explicarlo, es en vano.

Es decir: hay sueños, hay pesadillas y esta Eso (IT). Terriblemente real, terriblemente físico, y, hasta ahora, con un conocimiento sumario de mi psique. Hasta ahora. Hace una semana fue diferente, hoy fue diferente. Ya estaba acostumbrado a luchar con Eso, lo hacía antes, una vez por semana, más o menos. Luego se detuvo, un mes, dos meses. Nunca canté victoria, sabía que la pausa era para repostar.

Lo sabía, sí, pero no esperaba esto. No es Eso, no es La Pesadilla, no es El Espanto, no es la Bruja. Es familiar de Eso, de El Horror, de El Siniestro... Pero es peor (maldita sea, escribo esto y toda la carne se cuaja, se me corta la piel apretándose). Mis antiguas técnicas de defensa no funcionan. No puedo golpearle, no puedo expulsarle antes de que pueda lanzar sus golpes.

Y lo aprovecha, y es cruel, y el miedo me duele en la garganta y el pecho. Tengo que aprender a responder, pronto. Necesito aprender a responder, pronto. Tales son las desventajas de estar dentro en el escenario de un asedio: no tengo a donde replegarme para ganar fuerzas.

Me toca confiarme a las murallas, y guardar el templo. Con cada onza de fuerza, con la vida entera.

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