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Mostrando las entradas de enero, 2018

19/I/2018

Paso dos días tirado en cama. Uso un dolor de garganta como excusa, en realidad no es eso, el esófago no tiene cuentas en el asunto, velas en el entierro, flemas en la causa. En realidad es otra cosa. Cuando le creo a los psicólogos la bautizo depresión . Cuando no les creo lo llamo desasosiego, nube oscura, peso de piedra, mirada de Medusa. El nombre no importa. Dos días tirado en la cama, variando la posición del cuerpo para evitar el dolor de espalda. Triste. Vacío. Solo. Peor: sin la posibilidad de ver lo bello en lo triste, el relámpago en el vacío, las caricias en la soledad. Son increíbles las desganas -la pálida, diría Galeano-, esa forma de quedar sin nada. Me abrazo a la tabla. Considero, voluptuosamente, el suicidio. Y espero. Luego pasa -hoy: pasó-, y me levanto, e intento poner al día los pendientes, y vuelvo a leer, y a escribir, y a oír música. Como si el corazón se prendiera de nuevo. Como si dijera todavía no, todavía queda tiempo por latir, otro poco, otro poco, o

14/I/2018

Domingo en casa. La garganta arde y duelen los oídos. Guardo cama (la cama me guarda) y procuro el hallazgo del alivio. Leo a Eltit, al cuerpo encerrado de Eltit, y, en la fiebre, profetizo con su texto la lluvia de fuego sobre los establecimientos comerciales. Disfruto de sueños delirantes. El lenguaje, en rápida vaharada, bendice mis impertinencias en ese estado de duerme vela posterior a la pesadilla. No me quejo, repto hasta la cocina y me trago un litro de agua. Mañana voy a madrugar a boxear. No importa si la peste continúa. Mañana voy a madrugar a boxear, me digo, para convencerme de la acción futura en su modulación. No importa si la peste continúa. Mañana voy a madrugar a boxear, me convenzo de escribir y lo escribo. No importa si la peste continúa. No puedo hacer más. Hasta aquí alcanzan mis remedios. Seguiré entrando a la fiebre. Leyendo a Eltit. Durmiendo y despertando. Mañana voy a madrugar a boxear.

El bosque de los ausentes

La invitación Me convencieron al mencionar el nombre del recorrido. Fue el pasado dos de enero, estábamos en la casa de mi abuela y Mateo y Daniela comentaban sobre un recorrido descubierto hace poco en no sé qué aplicación del celular. Desde hace unas semanas la vieja bicicleta de Daniela (antes, la vieja bicicleta de Mateo) era mía: una GW tipo Arrow que bauticé Diana. Ahora podía, por fin, empezar a acompañar a mi hermano en sus ciclopaseos. -La ruta se ve muy buena y los paisajes, ufffff, una chimba -me dijo Mateo. -La dificultad es moderada pero eso a vos te da, vos tenés estado físico -remataba. Por mi parte, el "moderado" de la dificultad era un susurro de advertencia. Hace más de cuatro meses que no boxeaba y mis ejercicios cotidianos se habían reducido a salir a caminar con Lucky. No me sentía, precisamente, con un estado físico destacable. Por el contrario, me era fácil imaginarme ahogado por el asma en mitad de una loma, sin poder dar un pedalazo más. Así la

02/I/2018

Leí casi completo Los vigilantes , de Diamela Eltit. Celebramos en familia un cumpleaños colectivo para todos los nacidos en enero: dos tías, una prima y Mateo. Comimos patacón y tortilla española, la torta fue marialuisa de arequipe y salsa de mora. Luego hablamos de entierros y aparecidos, y Mateo me invitó a un recorrido en cicla el domingo. La ruta se llama el bosque de los ausentes , dificultad: alta. Llevo tres meses sin boxear y nunca he montado bicicleta en trocha, obvio le dije que sí. ¿Dónde acaba lo anecdótico y aparece lo literario? ¿En qué punto el registro de la vida diaria deja de ser la simple esquela de cronologías y conversaciones para convertirse en otra cosa? Escribo estas entradas para recuperar algo no completamente perdido, para esforzarme en construir otra forma de frescura donde escribir es respirar: vital y sencillo. Sin embargo, las preguntas. Y acabo de permanecer con el cursor paralizado durante un minuto luego del punto anterior. No todo debe ser dig

01/I/2018

Necesito volver a escribir. Lo imperativo de la oración anterior haría suponer una parálisis larga, agotadora. Mínimo, digamos, un año, quizás. Pero no, puro drama. En realidad son meses, tres o cuatro o seis, incluso. Pero no más de seis, y hasta el octubre pasado estuve corrigiendo Esas personas que se ignoran , por lo cual las labores de orfebre no me son ajenas sino desde hace dos meses. Sin embargo, y pese a bajarle tensión con el párrafo anterior, no deja de ser cierta esta sensación de ahogo, esta quietud del verbo en los dedos y la torpe inestabilidad frente a la página en blanco. Síndrome del primer libro, me decretan mis doctores imaginarios. Cuando les pregunto por el remedio se encojen de hombros, abandonándome a mi suerte con la certeza de un diagnóstico equivocado. Porque el enfermo conoce su dolencia y yo estoy relativamente seguro de estar muerto de miedo. Pavor al fracaso editorial. Pavor al éxito editorial. Pavor a no tener nada más que decir. Pavor a haberlo di