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Leer con amigos

Leer con amigos Nos encontramos cada sábado para comentar un capítulo del Quijote. Terminamos la primera parte el año pasado. Cincuenta y dos capítulos. El próximo sábado vamos a hablar del capítulo treinta y tres de la segunda parte. Cincuenta y dos mas treinta y tres da ochenta y cinco, sumemos otro puñado (por festivos, cumpleaños, contingencias) y tenemos noventa y dos semanas. Veintitrés meses. Casi dos años, ya. Dos años leyendo el Quijote. Dos años viéndonos los sábados para hablar de idealismo, de locura, de amistad, de cambios narrativos, de la risa y la soledad evocadas en la figura flaca de Rocinante. Dos años donde entre notas al pie, apuntes históricos, comentarios sobre el engaño y el desengaño, dibujos, sonetos, juegos de palabras, visitas al diccionario, hemos ido tejiendo una red sutil y efectiva, un laberinto cuyas galerías ostentan, con la calma de la tarde y el tinto, el aire de una familia, la certeza de un hogar.              Somos seis (Laura, Mario, Da

Avatares de la memoria

Avatares de la memoria Últimamente siento que mi memoria me está fallando, como si con la vejez, además de perder el pelo, perdiera las redes neuronales encargadas de almacenar imágenes, nombres, fragmentos. Las escenas de la vida no regresan a mí con la misma nitidez, los autores de libros que debería tener claros se mezclan en el camino y termino con improbables chistes accidentales (como que los dos tomos de Los mitos griegos fueron escritos por Robert Redford), vagos pasajes de lecturas se tornan intermitentes y no consigo ubicarlos en su contexto: hay un cuento donde una madre visita a su hijo drogadicto en un edificio de apartamentos que va a ser demolido, tardé meses en recordar que fue escrito por Alice Munro y que estaba en Demasiada felicidad . Intento decirme que es normal, para evitar el pánico. Me insisto en que a todxs nos pasan esas cosas. Trocar nombres, confundir fechas, errar en datos. También lo otro, lo verdaderamente importante: ser incapaces de ubicar u

28/II/2018

Desperté gritando. Hace media hora La Pesadilla estuvo conmigo. Son las dos y cuarenta de la mañana del jueves veintiocho de febrero. Digo La Pesadilla por darle un nombre: otros nombres posibles: El Horror, El Espanto, La Bruja, El Siniestro. No importa cuanto intente explicarlo, es en vano. Es decir: hay sueños, hay pesadillas y esta Eso (IT). Terriblemente real, terriblemente físico, y, hasta ahora, con un conocimiento sumario de mi psique. Hasta ahora. Hace una semana fue diferente, hoy fue diferente. Ya estaba acostumbrado a luchar con Eso, lo hacía antes, una vez por semana, más o menos. Luego se detuvo, un mes, dos meses. Nunca canté victoria, sabía que la pausa era para repostar. Lo sabía, sí, pero no esperaba esto. No es Eso, no es La Pesadilla, no es El Espanto, no es la Bruja. Es familiar de Eso, de El Horror, de El Siniestro... Pero es peor (maldita sea, escribo esto y toda la carne se cuaja, se me corta la piel apretándose). Mis antiguas técnicas de defensa no funciona

19/I/2018

Paso dos días tirado en cama. Uso un dolor de garganta como excusa, en realidad no es eso, el esófago no tiene cuentas en el asunto, velas en el entierro, flemas en la causa. En realidad es otra cosa. Cuando le creo a los psicólogos la bautizo depresión . Cuando no les creo lo llamo desasosiego, nube oscura, peso de piedra, mirada de Medusa. El nombre no importa. Dos días tirado en la cama, variando la posición del cuerpo para evitar el dolor de espalda. Triste. Vacío. Solo. Peor: sin la posibilidad de ver lo bello en lo triste, el relámpago en el vacío, las caricias en la soledad. Son increíbles las desganas -la pálida, diría Galeano-, esa forma de quedar sin nada. Me abrazo a la tabla. Considero, voluptuosamente, el suicidio. Y espero. Luego pasa -hoy: pasó-, y me levanto, e intento poner al día los pendientes, y vuelvo a leer, y a escribir, y a oír música. Como si el corazón se prendiera de nuevo. Como si dijera todavía no, todavía queda tiempo por latir, otro poco, otro poco, o

14/I/2018

Domingo en casa. La garganta arde y duelen los oídos. Guardo cama (la cama me guarda) y procuro el hallazgo del alivio. Leo a Eltit, al cuerpo encerrado de Eltit, y, en la fiebre, profetizo con su texto la lluvia de fuego sobre los establecimientos comerciales. Disfruto de sueños delirantes. El lenguaje, en rápida vaharada, bendice mis impertinencias en ese estado de duerme vela posterior a la pesadilla. No me quejo, repto hasta la cocina y me trago un litro de agua. Mañana voy a madrugar a boxear. No importa si la peste continúa. Mañana voy a madrugar a boxear, me digo, para convencerme de la acción futura en su modulación. No importa si la peste continúa. Mañana voy a madrugar a boxear, me convenzo de escribir y lo escribo. No importa si la peste continúa. No puedo hacer más. Hasta aquí alcanzan mis remedios. Seguiré entrando a la fiebre. Leyendo a Eltit. Durmiendo y despertando. Mañana voy a madrugar a boxear.

El bosque de los ausentes

La invitación Me convencieron al mencionar el nombre del recorrido. Fue el pasado dos de enero, estábamos en la casa de mi abuela y Mateo y Daniela comentaban sobre un recorrido descubierto hace poco en no sé qué aplicación del celular. Desde hace unas semanas la vieja bicicleta de Daniela (antes, la vieja bicicleta de Mateo) era mía: una GW tipo Arrow que bauticé Diana. Ahora podía, por fin, empezar a acompañar a mi hermano en sus ciclopaseos. -La ruta se ve muy buena y los paisajes, ufffff, una chimba -me dijo Mateo. -La dificultad es moderada pero eso a vos te da, vos tenés estado físico -remataba. Por mi parte, el "moderado" de la dificultad era un susurro de advertencia. Hace más de cuatro meses que no boxeaba y mis ejercicios cotidianos se habían reducido a salir a caminar con Lucky. No me sentía, precisamente, con un estado físico destacable. Por el contrario, me era fácil imaginarme ahogado por el asma en mitad de una loma, sin poder dar un pedalazo más. Así la

02/I/2018

Leí casi completo Los vigilantes , de Diamela Eltit. Celebramos en familia un cumpleaños colectivo para todos los nacidos en enero: dos tías, una prima y Mateo. Comimos patacón y tortilla española, la torta fue marialuisa de arequipe y salsa de mora. Luego hablamos de entierros y aparecidos, y Mateo me invitó a un recorrido en cicla el domingo. La ruta se llama el bosque de los ausentes , dificultad: alta. Llevo tres meses sin boxear y nunca he montado bicicleta en trocha, obvio le dije que sí. ¿Dónde acaba lo anecdótico y aparece lo literario? ¿En qué punto el registro de la vida diaria deja de ser la simple esquela de cronologías y conversaciones para convertirse en otra cosa? Escribo estas entradas para recuperar algo no completamente perdido, para esforzarme en construir otra forma de frescura donde escribir es respirar: vital y sencillo. Sin embargo, las preguntas. Y acabo de permanecer con el cursor paralizado durante un minuto luego del punto anterior. No todo debe ser dig