14/I/2018

Domingo en casa. La garganta arde y duelen los oídos. Guardo cama (la cama me guarda) y procuro el hallazgo del alivio. Leo a Eltit, al cuerpo encerrado de Eltit, y, en la fiebre, profetizo con su texto la lluvia de fuego sobre los establecimientos comerciales. Disfruto de sueños delirantes. El lenguaje, en rápida vaharada, bendice mis impertinencias en ese estado de duerme vela posterior a la pesadilla. No me quejo, repto hasta la cocina y me trago un litro de agua.

Mañana voy a madrugar a boxear. No importa si la peste continúa. Mañana voy a madrugar a boxear, me digo, para convencerme de la acción futura en su modulación. No importa si la peste continúa. Mañana voy a madrugar a boxear, me convenzo de escribir y lo escribo. No importa si la peste continúa. No puedo hacer más. Hasta aquí alcanzan mis remedios.

Seguiré entrando a la fiebre. Leyendo a Eltit. Durmiendo y despertando. Mañana voy a madrugar a boxear.

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