19/I/2018

Paso dos días tirado en cama. Uso un dolor de garganta como excusa, en realidad no es eso, el esófago no tiene cuentas en el asunto, velas en el entierro, flemas en la causa. En realidad es otra cosa. Cuando le creo a los psicólogos la bautizo depresión. Cuando no les creo lo llamo desasosiego, nube oscura, peso de piedra, mirada de Medusa.

El nombre no importa. Dos días tirado en la cama, variando la posición del cuerpo para evitar el dolor de espalda. Triste. Vacío. Solo. Peor: sin la posibilidad de ver lo bello en lo triste, el relámpago en el vacío, las caricias en la soledad. Son increíbles las desganas -la pálida, diría Galeano-, esa forma de quedar sin nada. Me abrazo a la tabla. Considero, voluptuosamente, el suicidio. Y espero.

Luego pasa -hoy: pasó-, y me levanto, e intento poner al día los pendientes, y vuelvo a leer, y a escribir, y a oír música. Como si el corazón se prendiera de nuevo. Como si dijera todavía no, todavía queda tiempo por latir, otro poco, otro poco, otro poco...

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